ESPAÑOL VS. ESPANGLISH: UN DRAMA INTERLINGÜÍSTICO
Por
Esteban Emilio Mosonyi
Caracas,
martes 21 de agosto de 2012
Acabo
de leer en el diario El Nacional –sábado 18 de agosto de 2012, Escenas 3–un
reportaje suscrito por la talentosa periodista Michelle Roche Rodríguez que
lleva por título El Diccionario de la Real
Academia Española (RAE) se leerá también en “espanglish”. El espíritu que
envuelve este escrito es triunfalista, habla de una suerte de interacción
amistosa entre dos extendidísimas lenguas mundiales, el inglés y el español, e
incluso del crecimiento numérico de este último a expensas del inglés y el
chino mandarín. Estas afirmaciones contienen parte de la verdad, pero al mismo
tiempo nos indican que la comunicadora –al igual que muchos periodistas,
intelectuales, lingüistas, incluyéndome a mi mismo en un principio– cayó de
buena fe en una trampa muy bien montada, que es preciso desbloquear sin mayor
dilación y del modo más transparente posible.
El
espanglish estadounidense no es tan inocente ni inofensivo como tal vez a
primera vista pudiera aparecer. Detrás de él se agazapa el oscuro interés de
quienes pretenden neutralizar la expansión del idioma español o castellano en
el gran país norteamericano y más allá de sus fronteras. Hay una guerra sucia
que quiero denunciar con toda responsabilidad. Lo digo en mi carácter de
persona conocida como ecuánime, ponderada, adversario sempiterno de talibanes
de toda laya. A mí me encanta el idioma inglés al igual que todas las demás lenguas
del mundo, independientemente de su trasfondo demográfico o político. Semejantemente,
adverso cualquier tendencia que pretenda subordinar, debilitar o eliminar los
idiomas indígenas y minoritarios que se hablan en países donde el español es
oficial y mayoritario. Me precio de ser hablante y conocedor de varias lenguas amerindias,
mas también del vasco y del catalán. Por otro lado, no me gusta el purismo,
creo en el contacto creador entre las lenguas y, junto con el eximio maestro
Ángel Rosenblat, sé disfrutar de anglicismos con sabor popular y hasta castizo
como por ejemplo la palabra guachimán,
vigilante (del inglés watchman), guaya
(de wire, alambre), jonrón de
home-run, rin de ring y tantos otros,
fáciles de evocar.
Creo
estar en la mejor posición para examinar y calificar el fenómeno espanglish en
sus justas dimensiones. Llevo varios años observando cuidadosamente los hechos,
y puedo sostener sin vacilaciones que el espanglish se fundamenta en la
influencia casi unidireccional del inglés –lengua dominante en EE.UU.– sobre el español –lengua dominada–. Tal influjo se manifiesta en una avalancha
de palabras, modismos, giros sintácticos, interferencias fonéticas y
fonológicas, incluso el empobrecimiento y distorsión de la morfología original.
Lo que sucede, a grandes rasgos, es una rápida sustitución de la sustancia medular
de lo hispano por insumos tomados del idioma inglés, tanto en la forma como en
el contenido. El usuario del espanglish –en su versión oral o escrita– termina expresándose en un inglés deficiente,
metido en un envoltorio hispánico cada vez más difuso. A mí no me asustan
palabras como “chatear”, “bloguear” y “escanear”, neologismos probablemente
necesarios en estos tiempos. Pero cuando nos dicen “me vine atrás a los Ángeles
para pagar el tax de mi londri (laundry)” (volví a los Ángeles para pagar el
impuesto de mi lavandería) o “este relativo mío tiene una grosería (grocery) en
la siri (city) de Boston” (este pariente mío tiene un abasto en la ciudad de
Boston), “el fren (friend) de mai bróder (my brother) se compró un oromóvil
(automobile), toda persona sensata y amante de la lengua de Cervantes, Nebrija
y Bello tiene que manifestar una profunda preocupación.
Hay
que recordar que en EE.UU. existe hace tiempo una fuerte corriente de opinión,
muy organizada e influyente, llamada “English Only” (solo en inglés) que, a
título de promover la oficialización del inglés como idioma exclusivo, lucha
por restar espacio a cualquier otro sistema lingüístico, empezando por el
español que se percibe como su fuerte competidor. Agregamos que en ese mismo
país hay una gran resistencia a nuestro idioma, ahora potenciada por las
políticas racistas y anti-inmigrantes. La educación bilingüe inglés-español
está poco extendida, y por regla general los hijos de inmigrantes hispanos
escasamente dominan su lengua originaria y –como ocurre con otras poblaciones
migratorias– los nietos o sea la
tercera generación ya casi no entienden ni se acuerdan del lenguaje de sus
abuelos. Pero aun eso les parece poco a los sectores angloparlantes patrioteros
y xenófobos, por lo que dan todo su apoyo a los usuarios y promotores del
espanglish, a fin de conquistar y vencer el idioma español desde adentro,
destrozando su estructura y alterando profundamente su vocabulario. A esto se
refiere el conocido lingüista húngaro-australiano Stephen Wurm, cuando
caracteriza cierta “dialectalización” regresiva de algunos idiomas indígenas y
otros minorizados, los cuales en el trascurso de su replegamiento se van asemejando
cada vez más a la lengua opresora, hasta convertirse virtualmente en una
variante dialectal de la misma. Un ejemplo sería el yopará salido del guaraní
paraguayo, tan españolizado que en sus manifestaciones extremas resulta más
comprensible para el monolingüe hispano que para un hablante del guaraní
ortodoxo. Por cierto, la articulista de El Nacional se pregunta por qué no echa
raíces la edición y lectura de obras literarias escritas en español precisamente
en el mercado estadounidense. La respuesta parece obvia: el espanglish va
estableciendo una muralla de incomprensión entre los hispanohablantes de Norteamérica
y el resto del mundo de habla castellana.
Pero
frente a tan grave problema no estamos para quejarnos solamente, haciendo
catarsis ante el imperialismo lingüístico anglosajón. Deliberadamente me
resisto a decir “imperio”, pues no hay por qué confundir las pretensiones
imperialistas de una falsa élite con el logro consumado de una formación
imperial que dominaría todo el planeta de modo incontrovertible. Además, EE.UU.
todavía no se ha dado el lujo de llamarse a sí mismo “imperio”, y a nosotros no nos asiste razón alguna para
darle ese gustazo ni rendirle pleitesía. Debemos respetar a ese gran país, a su
gente y a su cultura, pero al mismo tiempo exigirle un trato idóneo y
equitativo para con el idioma español, sin olvidar tampoco sus propios idiomas
indígenas y las lenguas traídas por múltiples oleadas de inmigrantes. Dentro de
esa compleja realidad socio-lingüística salta a la vista la necesidad de la co-oficialización
del español junto con el inglés, dándole a nuestro idioma todas las
posibilidades y facilitándole su libre desenvolvimiento según sus específicas
coordenadas histórico-culturales, en todos los ámbitos de uso y en íntima
cercanía con otros colectivos de habla hispana. Éste es un objetivo de índole
cultural y política no solo justo sino irrenunciable, que cabe perfectamente en
un nuevo orden planetario de paz e inclusión total.
Esteban
Emilio Mosonyi
Premio Nacional de
Humanidades, 1999-2000.